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Crítica postcolonial




No cabe la menor duda que la historia, tal y como la seguimos concibiendo en estos momentos, es profundamente eurocéntrica; la producción histórica, hasta fechas relativamente recientes, ha centrado sus esfuerzos en la construcción de un discurso marcado por las improntas del hombre blanco y heterosexual, por las dinámicas propias del patriarciado moderno y los rasgos esenciales de los estado-nación del occidente europeo/norteamericano. A través de estas lógicas, los historiadores de los siglos XIX y XX han desarrollado un discurso histórico muy concreto, caracterizado básicamente por un sesgo excluyente cuya principal función era la de arrojar hacia los límites mismos de lo moralmente aceptable a todos aquellos que personificaban, en sí mismos, los atributos contrarios al orden político-discursivo del momento. Africanos, asiáticos, chicanos, mujeres, homosexuales, Intersexuales, transexuales, paganos y un sin fin de grupos diferenciados [cuyo principal nexo en común era su no-pertenencia al mundo del hombre europeo], constituyen lo que los teóricos postcoloniales denominan los subalternos. A través de la crítica postcolonial, los teóricos extra-europeos, y muy especialmente los indios, han desarrollado una producción teórica crítica con los postulados eurocéntricos capaz de deconstruir los paradigmas de la historia del hombre blanco a través de las herramientas de la revisión, el desplazamiento y la toma de los aparatos [intelectuales] productores del conocimiento histórico occidental. El principal fin de esta importante corriente crítico-teórica es la desarticulación de las relaciones dominación/dominado que han marcado la manera de concebir el pasado más reciente, y la formulación de una historia más diversa y plural en la que se haga partícipes a los grupos anteriormente excluidos por el discurso hegemónico.

El principal blanco de las críticas postcoloniales se ha dirigido a los modos de producción del conocimiento instituidos e institucionalizados en Europa. De esta manera, algunos teóricos postcoloniales postulan que el principal legado de los estudios subalternos ha sido la descolonización efectiva del conocimiento histórico, al menos en el plano teórico. Y efectivamente, los esfuerzos de todos los teóricos postcoloniales se han dirigido a la deslegitimización de una “forma de producir historia” en la que Europa y los hombres blancos son el principal punto de referencia a la hora de abordar el pasado. Poco importa que tratemos la historia del Tíbet, la India o Zimbabwe, ya que los discursos históricos relacionados con estas zonas extra-europeas se realizarán a partir de los desarrollos históricos propios de la Europa occidental. A través de una serie de aborrecibles pero institucionalizados mecanismos eurocéntricos, los europeos han sido capaces de construir un mundo a su medida, donde el este y el oeste empiezan en solar europeo [el inventado meridiano cero es europeo]; donde la geografía se politiza hasta el absurdo de bautizar a regiones enteras dependiendo de la proximidad o lejanía de Europa con estas: el Oriente Próximo, el Extremo Oriente.

A través del discurso histórico tradicional, europeo, masculino y heterosexual, los historiadores han legitimado la construcción de un mundo hecho a la medida de los occidentales; una historia sesgada y tergiversada hasta el extremo, que ha cumplido una función política explícita. Pero lo peor del presente caso es que las lógicas eurocéntricas siguen funcionando como fundamentos mismos de la disciplina histórica; los historiadores profesionales, aquellos que ostentan una plaza en el mundo académico, aún osan hablar de universalidad cuando, en la práctica, sólo hacen referencia a los desarrollos históricos europeos. Implícitamente conectan conceptos opuestos, como lo son lo universal y lo local [Universo vs. Europa] y falsean la producción histórica y el propio discurso manejado. Sabemos a que obedecen sus lógicas, pero desconocemos las motivaciones que impiden que la crítica a esta forma de concebir el pasado humano se materialice definitivamente como una corriente historiográfica crítica con postulados más propios de 1870 que del presente siglo.

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