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Bajo el agua miércoles, 7 de mayo de 2008 |

El paso del tifón Nargis por Myanmar va camino de convertirse en la peor catástrofe natural en Asia desde el tsunami de la nochebuena de 2004. Observadores internacionales sostienen que unas 100.000 personas habrían perdido la vida como consecuencia de las olas, las riadas y los vientos desatados por el ciclón a su paso por la antigua Birmania. Las Naciones Unidas afirman que una evacuación controlada de las zonas más desprotegidas y un sistema de alerta eficaz hubieran podido salvar centenares de vidas. La todopoderosa Junta Militar en el poder ni evacuó las zonas del delta del Irrawady ni avisó con antelación a su población. El gobierno indio afirma que avisó con 48 horas de antelación a la Junta que un ciclón de capacidad destructiva considerable afectaría el sur de Myanmar; y muy a pesar de ello, los militares no avisaron a la población. La gestión política de la catástrofe está comenzando a ser algo más que una mera negligencia. Los militares birmanos, que entorpecen cualquier iniciativa internacional de ayuda [prohibiendo el acceso de equipos de rescate y personal humanitario al país] están poniendo en serio riesgo la integridad física de millones de birmanos que viven, básicamente, bajo las aguas que han anegado el sur del país. El hermetismo que caracteriza a uno de los regímenes más sanguinarios y despóticos del planeta se plasma, en el peor de los momentos posibles, en el esperpento mayúsculo de negar a sus propios ciudadanos la necesaria ayuda que las naciones desarrolladas han ofrecido al pueblo birmano. El surrealismo de los militares en el poder es tal, que la convocatoria de referéndum para aprobar una Constitución el 10 de este mes que, lejos de democratizar el país, implica un reforzamiento del actual marco dictatorial, no será aplazada a pesar de la magnitud de la catástrofe. Los militares bajo el gobierno tiránico de su máximo jefe, el general Tan Shwe, están demostrando al mundo de qué pasta están hechos: encerrados en un mundo hecho para y por ellos mismos [con una capital artificial en medio de la selva que se traga más de la mitad del PIB del país] niegan a los birmanos el inalienable derecho a la vida, al desarrollo y a la libertad. Ahora más que nunca: libertad para el pueblo birmano. Myanmar libre.

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Nargis lunes, 5 de mayo de 2008 |

Por si no fuera suficiente desgracia vivir bajo el yugo opresor de una Junta Militar genocida, los birmanos se enfrentan estos días a la destrucción salvaje provocada por el ciclón Nargis. A su paso por las provincias del delta del Irrawady, el principal río de Myanmar, el Nargis ha acabado con la vida de al menos 10.000 birmanos; otros 3.000 siguen desaparecidos. El nivel de destrucción es dantesco: al menos el 50% de todas las construcciones de la región del delta han sufrido desperfectos serios, y lo que es aún peor, los arrozales de la principal región arrocera del país [base de la alimentación de los birmanos] han sufrido gravísimos daños. Los precios de los alimentos y del crudo se han disparado en los dos últimos días, agravando una situación de crisis económica estructural que el pasado septiembre encendió la mecha de las masivas protestas pro-democracia. La catástrofe natural, probablemente la más grave que sacude Asia desde el tsunami de la nochebuena de 2004, ha obligado a la hermética Junta Militar gobernante a pedir por primera vez en décadas ayuda a la comunidad internacional. También parecen haberse levantado las severas restricciones de entrada y tránsito de personal humanitario occidental en el país [que dificultaba, enormemente, la aplicación de los programas de ayuda internacionales]. Las agencias de ayuda humanitaria advierten que, de no actuarse con la celeridad necesaria, cientos de miles de birmanos serán pasto de las enfermedades infecciosas provocadas por la falta de agua potable y alimentos. De nuevo, los que menos pueden merecerse semejante calamidad, un pueblo extraordinariamente pacífico y amigable debe enfrentarse a la doble desgracia de vivir en ese cuarto mundo gobernado por déspotas que viven en lujosas villas y urbanizaciones con piscinas, alejados totalmente de la durísima realidad cotidiana de millones de seres humanos que, como los birmanos, no se merecen este insoportable nivel de destrucción, muerte y desgracia.

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