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Penúltimo día martes, 30 de diciembre de 2008 |

Gasificado hasta el último conducto de mi ser, notar cómo se hincha mi estómago a medida que pasa el penúltimo día de un año para olvidar. Hastío, cansancio en forma de rachas de un malhumor que arrasa con todo aquello que tiene a su alcance. Grises con blanco oscuro, niebla externa para el malestar que me acompaña desde que pisé el suelo de madera que hoy no estaba frío. Diciembre, lluvia intermitente, calor de invierno. Asco. Neones impertinentes por todas partes, la luz limpia que contrasta con el oscuro de mi ropa. La sucesión infinita de caras desconocidas que sería mejor no ver. Más neón por un tubo. Esto, eso y aquello, la cantinela sin fin. Llamadas absurdas para planes aún más estúpidos. Partir años, nochesviejas y añosnuevos. Más estupideces. Sida mental para un mundo sin sentido. Suspirar para no llorar. Lo mismo de siempre, lo que nunca cambia. 

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Una foto ... sábado, 27 de diciembre de 2008 |




...que resume este 2008 que nos deja. Como siempre, y para siempre, Tíbet libre.

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Despedidas viernes, 26 de diciembre de 2008 |

Despedidas anuales ritualizadas, la sucesión de cifras ordenadas. El caos de una vida atrapada entre las cadenas oxidadas del pasado. Sillas vacías para los ausentes, los que me dejaron solo en el camino. Sillas ocupadas para los tristes, los que nos quedamos sumidos en el marasmo de los problemas que nunca menguan. Momentos puntuales de felicidad efímera, los traídos por el negro brillante de Aroa, su compañía insustituible; por el verano tardío que se nos escapó; por los molinos de viento de una noche de julio; por los pocos instantes en los que realmente nos queremos. Momentos puntuales de tristeza menos llevadera, los traídos por un vacío tan tangible como un agujero negro que se ensancha; por la enfermedad que azota a los pocos que aún quedamos; por el recuerdo de los que jamás volverán ni volveremos a ver. Romper los lastres que me atan a algo intangible e irracional, a un pasado que a veces aún duele, a los momentos que se fueron y no piensan volver, a la tristeza eterna que se instaló para quedarse. 

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Baño domingo, 7 de diciembre de 2008 |

Preparar un baño de perros, con agua tibia para el invierno que a Aroa parece no molestar. La que disfruta empapándose bajo la lluvia decide resistirse a mi plan emitiendo extraños ruidos, su graciosa desaprobación. La agarro fuertemente, evitando su hiperactividad traducida en saltos. Le extiendo un gel azul que rápidamente se cuela entre su negrura espesa. Miro sus ojos tranquilos, los que aprueban aquello a lo que en principio se resistió. Me asaltan recuerdos de los baños de Nira, la misma mirada perdida, la misma tranquilidad efímera. Me derrumbo al pensar en que, de una forma imposible de explicar, Nira aparece en los actos más nimios de este mes insomne e intermitente. Agarro a Aroa con fuerza, buscando el consuelo en aquella que vino para llenar un vacío que aún duele. Agua del grifo y chorros de lágrimas. Se me rompe el alma cada vez que te nombro. Empapado, sentado en el mismo bordillo de la ducha en la que te bañaba me desplomo ante la energía incontrolable de Aroa, la misma que tuviste a su edad. Y digo sin ser odio, camuflado por el ruido de la ducha, que una parte de mi se quedó contigo, en aquel bosque de castaños, en aquel frío día de febrero, en aquella última mirada que me lanzaste antes de irte, en aquel momento en el que te cerré los ojos para que descansaras eternamente. Te sigo llorando, Nira. 

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