Democracia queer
La revolución teórica queer ha traspasado los complejos márgenes de las sexualidades huamanas para profundizar, en la medida de lo posible, en las otras facetas de la existencia humana. La teoría queer lleva implícito un proyecto político que se presenta como alternativa ¿factible? a las crisis que zarandean los modelos propuestos y aplicados hasta la fecha. Frente a la decadencia de un neoliberalismo incapaz de hacer frente a los grandes retos del presente siglo [generados por el mismo], y una socialdemocracia partícipe del desmonte final de los ya liquidados estados del bienestar; frente a unas izquierdas post-comunistas aún en fase de reorganización político-identitaria, o unas minoritarias propuestas liberales-moderadas, el proyecto político queer se sustenta en el principio de una democracia radical y pluralista; un sistema crítico y complejo, idealista e irrealizable a la vez, por cuanto es imposible de concluir en el presente marco discursivo. Para autoras como Judith Butler, esa democracia radical encierra un sistema más abierto, laxo e inconcreto, que por sus intrínsecas características es paradójicamente imposible de aplicar. Esta imposibilidad se manifiesta en unas formas de poder que, a pesar de evolucionar hacia nuevas y transformadas formas, encierran aún los principios básicos del discurso de la normatividad absoluta. De esta forma, mientras que la sexualidad siga siendo uno de los principales resortes a través del cual el régimen discursivo regula unilateralmente la vida humana; mientras que la sexualidad siga sustentando las políticas de apartheid [sexual], caracterizadas por prácticas coartadoras y limitadoras [circunscripciones, diferenciaciones, demarcaciones], el sexo seguirá reproduciendo y legitimando los productos de la normatividad, seguirá rigiendo y controlando los cuerpos humanos, a través de la amplia amalgama de dispositivos discursivos y tencológicos de la hetero y homonormatividad.
Para Butler y otros teóricos queer, la oposición al actual sistema político-discursivo no puede realizarse a través de las vías de oposición feminista o lesbo-gay clásicas; según algunos teóricos, muchos de estos movimientos de oposición antisistema han colaborado activamente [y probablemente, de una manera absolutamente inconsciente] con los sistemas de dominación heterocapitalistas. Para Butler, los intentos de feministas y homosexuales por oponerse al sistema de dominación ya citado, han tenido como consecuencia un fortalecimiento del mismo [en lugar del efecto de quiebra deseado]. Y esto se explica a través de las políticas discursivas de los sistemas de dominación político-sexuales: la oposición al sistema es engullida a través de una rearticulación discursiva que hace posible la inclusión de los no-normativos/legalizables al sistema. El ejemplo de los matrimonios gays o de las políticas postmodernas de ampliación limitada de los sistemas democráticos liberales, es un buen ejemplo de lo anteriormente comentado. A través de las operaciones discursivas ya citadas, el sistema de dominación heteropatriarcal, heterocapitalista y heterosexista ha sido capaz de regular comportamientos afetivo-sexuales hasta entonces marginados a los límites de lo socialmente tolerable. Pero esta ampliación de derechos se ha realizado a costa de remarginalizar las otras formas legítimas e ilegíitmas de intercambio y experiencia sexual. De esta manera, la libertad sexual vuelve a ser recortada, limitada y coartada a través de dispositivos discursivos [hetero y homosexuales] que excluyen todas aquellas prácticas, cuerpos, deseos y experiencias que desafían las normas y lógicas de la hetero y homonormatividad.
A tenor de lo expuesto, la praxis política del movimiento democrático radical debería fundamentarse en una ampliación [radical] de los términos de lo ciudadano y lo humano, a través de un sistema [de democracia radical] basado en los derechos humanos y ciudadanos, entendidos como los pilares mismos del funcionamiento de una auténtica democracia. Pero el problema básico radica en que el sistema democrático, al definir sus objetivos y bases, normativiza y excluye a todo lo considerado por ese discurso como abyecto. La solución a esta contradicción pasaría por vaciar de contenido y significación política cualquier significado tenido hasta este momento como universal [ya que dicha universalidad encierra un patrón represivo implícito]. El proyecto político queer-radical apostaría, en estos términos, por una política entendida como la acción conjunta de unos ciudadanos teórica y prácticamente iguales, en un Estado rearticulado y despojado de sus atributos clásicos. Una nueva política contraria a las políticas identitarias de ayer y hoy; contraria a la exclusión de unas identidades o a la legitimización de unas sobre otras. En este punto, en la lucha contra los sistemas de dominación sexuales, políticos y económicos, es donde el proyecto político queer confluye con los proyectos políticos de la izquierda postcomunista. En lugar de seguir avanzando en los caminos seguidos por buena parte de esa otra izquierda, la socialdemocracia neoliberalizada, fundamentada en la profundización del orden económico [neo]liberal, la nueva izquierda, postcomunista, postmoderna, queer, postcolonial, radical..., deberá fundamentar su acción en la profundización en el liberalismo político; en los conceptos clave del mismo y en la famosa triolgía revolucionaria [libertad, igualdad y fraternidad]. La base se halla en la radicalización discursiva y práctica de los valores de la libertad y la igualdad, y en la socialización de las distintas formas de lucha contra los sistemas de dominación. De esta manera, el proyecto político queer-radical entiende que la única vía posible para superar la inviabilidad técnico-teórica y la intrínseca contradicción de la tercera vía [la socialdemocracia capitalista impulsada por Tony Blair y secundada por la mayor parte de los socialdemócratas europeos], es la nueva revolución democrática sustentada, a su vez, en los simbólicos discursos del liberalismo político clásico, rearticulando y radicalizando sus principios básicos para conformar una democracia más allá de la democracia liberal; más allá del mero acto performativo del voto esporádico; más allá de la mera representatividad parlamentaria; y más allá de los sistemas clásicos de dominación heterocapitalistas, y de las igual de preocupantes formas de limitación homocapitalistas.
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