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Reprimiendo



Con la mirada puesta en los juegos de la vergüenza [Juegos Olímpicos de 2008], el gobierno chino ha decidio flexibilizar sus rígidas y totalitarias políticas con respecto a la libertad de prensa e información. Las nuevas medidas permiten a los reporteros y periodistas extranjeros moverse libremente por toda China, sin la necesidad de guías y personal del partido comunista, lo que supone un paso importante para uno de los estados más totalitarios del planeta. Aprovechándose de esta nueva legislación, el diario británico The Daily Telegraph publica un reportaje en el que evidencia, una vez más, las aberraciones que diariamente comete el gigante rojo en el Tíbet. A través de entrevistas secretas realizadas con monjes y ex-presos políticos, el diario asegura que la percepción de las políticas chinas entre los tibetanos es nefastas; las campañas anti-Dalai Lama, consistentes en que los monjes deben renunciar pública y explícitamente al Dalai bajo amenaza de ser expulsados de sus monasterios y sufrir encarcelación, parecen ir en aumento. Un monje del monasterio de Drepung afirmó que la situación era muy tensa, ya que en su recinto vivía una veintena de policías chinos cuya principal función era la vigilancia diaria e intensiva de los monjes y sus actividades. Otro monje, expulsado por las autoridades chinas de su monasterio tras negarse en aceptar al Panchen Lama [la segunda autoridad religiosa tras el Dalai] nombrado por los chinos, asegura haber sufrido torturas en prisión; uno de sus compañeros detenidos murió en una de las conocidas sesiones de tortura china. Además, su monasterio fue clausurado y sus monjes expulsados colectivamente por oponerse a las políticas de reeducación patriótica.
Pero las políticas represoras chinas no se circunscriben únicamente a los ambientes monásticos y religiosos del Tíbet. Las principales ciudades tibetanas están siendo inundadas por una descomunal marea de chinos de etnia han, que animados por las ayudas y subvenciones públicas otorgadas por el Estado a aquellos chinos que decidan instalarse en el Tíbet, están colonizando paulatinamente Lhasa o Shigatsé. Con ellos llegan las costumbres modernas del chino del siglo XXI, sus karaokes cutres, burdeles de todo tipo y restaurantes de comida china. A esta gigantesca empresa de colonización ha ayudado significativamente la apertura del tren de alta velocidad que une la China continental con el Tíbet, que desde su apertura hace cinco meses ha transportado a más de 650.000 personas hacia la capital tibetana. El Dalai Lama ha asegurado que la culminación del macro proyecto del tren del cielo ha dado paso a la segunda invasión del Tíbet, cuyo fin último es la anexión étnico-cultural de las zonas tibetanas.
Las políticas chinas para favorecer esta oleada migratoria sin precedentes, se caracterizan por medidas como la concesión de casas estatales a aquellos inmigrantes han que opten por instalars een el Tíbet. Para los tibetanos, el gobierno chino está llevando a cabo un proyecto consistente en subvencionar la mitad del valor de una casa, a cambio de obligar a sus inquilinos a ondear la bandera de China en sus tejados o instalar retratos de Mao, Hu Jintao o de la pléyade de dirigentes comunistas en el interior de la vivienda. Las casas son inspeccionadas rutinariamente por funcionaros del gobierno chino, ya que el incumplimiento de estas obligaciones acarrea la expulsión de los inquilinos de la vivienda.
Los problemas sociales y políticos derivados de estas políticas comienzan a ser palpables en la actualidad; el VIH-SIDA, desconocido hasta la fecha en el Tíbet, parece haber hecho su irrupción en el Techo del Mundo gracias a la llegada masiva de prostitutas del centro de China. La discriminación de la lengua tibetana frente a una ya mayoritaria lengua china es una realidad decepcionante. Y no lo es menos, el día a día de los tibetanos, obligados a vivir como ciudadanos de segunda en su propia tierra frente a unos extranjeros, como los chinos, que se instalan en sus ciudades y pueblos ante la inexistencia de una política de integración respetuosa con las tradiciones y costumbres de los tibetanos. Muy al contrario, la política oficial del gobierno es asimilar a los tibetanos a través de su repugnante retórica pseudo-comunista y sus políticas represivas, el único lenguaje que parecen hablar los energúmenos dirigentes del Partido Comunista Chino.

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