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Ring, ring sábado, 24 de enero de 2009 |

Y la sangre se me heló al coger el teléfono. Cuelgo, me pregunto si llevo dos meses tomando ácidos sin tan siquiera darme cuenta. Caigo en la cuenta de que, en caso de haberme puesto, lo habría hecho durante los últimos tres años, como si la vida desde entonces se hubiera convertido en un perpetuo viaje. De LSD, como las nuevas entradas caóticas de este no menos estúpido blog. Puede que lo haya alternado con MDMA, que te secuencia la vida en fotogramas inconexos, sin hilo argumental alguno, enormes lagos oscuros de una desmemoria que conduce al caos existencial. Ya sólo queda una pegatina “Tíbet libre” y una lámpara de papel colgada hace años, me digo mirando al techo blanco. Flashbacks insomnes a las tres, de la mañana, sin Aroa que poder sacar, en el mismo silencio que me acompaña allá donde vaya. Con su oscuridad, que es igual en todas partes, incluso en la remota aldea birmana aquella, infestada de mosquitos, un lugar tan detestable que hasta la luna llena, a la que los monjes cantaban en plena noche, resultaba desagradable. Me termino las “Leyes de la atracción” no sin antes apagar la luz para intentar dormir. Y me pregunto, antes de caer atrapado por el sueño que a veces no llega, para qué recurrimos a las drogas si la vida, ya de por sí, es un continuo viaje, hacia la nada, hacia el absurdo. 

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Lolalola viernes, 23 de enero de 2009 |

Las ocho, suena el desagradable tono del despertador del móvil que ilumina la foto de Nira. Una ducha con el termo exprés que en nada se parece al de mi casa,  ese antiecológico trasto que tarda eones en calentar el gélido agua del norte. Dejar el coche aparcado, olvidarme de ese cacharro que  lleva el último mes soltando un humo que da hasta miedo. Dudo si pasar por la calle de los jubilados, que apesta a tabaco negro rancio y a aburrimiento perpetuo, o si pillar el atajo cool de este pueblo con ansias de ser ciudad. La semana ha consistido, básicamente, en conversaciones del abismo, del absurdo, del infantilismo de unos muchos que ya me aburren. Otras sobre el pasado, el sexenio que en breve acaba, sentados comiendo perritos, con, sin carne, rodeados de cuadros de dudoso gusto, con perros embadurnados de mostaza, lenguas de sabuesos en forma de kétchup. Mientras nos comemos el perrito caliente pasa un perro salchicha atado a una flexi. Ironías de una vida cada vez más absurda. Nos damos un salto al concierto de Lolalola, con metáforas de comida rápida incluidas, hamburguesas mac de tres pisos, raciones extra de papas fritas y una birra caliente que emborracha al instante. Con tensiones invisibles en una marea humana que no paraba de hablar, diluyendo aún más la música que fuimos a escuchar. Me subo al metro ligero cuya vía dicen que es libre. Unas chicas fumadas o colocadas de algo hacen reír a todo el vagón. Me quito los cascos y me río también de la cadena de absurdos que fluían amparados por la medianoche. Me bajo del tranvía, no sin antes ser abordado por las cómicas espontáneas que hubieran preferido que me quedara, aunque yo no lo entendiera. La calle de camino a mi casa temporal seguía oliendo a sauna de viejos, aquella que hace años creí que era finlandesa y resultó ser un antro donde se folla a destajo, en la periferia obrera nacida al amparo del descontrol urbanístico de los años 30. Mi casa, temporal,  sigue teniendo un yugo y una flecha en la fachada. Borracho me pregunto por qué, en su momento, no desatornillé ese vestigio franquista. Pero en el fondo me importa una mierda la placa, el yugo, la flecha y el general Mola, porque tras días sin querer dormir, mi cuerpo decidió poner fin al insomnio al que incluso llegaron a dedicar una canción. 

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La llanura viernes, 16 de enero de 2009 |

Me sentí cerca del final, del estadio en el que ni lloras ni ríes, de la meta ficticia que hace cuatro años inventé de la nada, de algo que nada era y nada llegó a ser. Olimpiadas personales con carreras de fondo y saltos de valla incluidos; saltos de pértiga y lucha grecorromana con rivales intangibles y reales. Todos, con sus metas prefijadas y jamás alcanzadas. De vuelta a la espiral del caos la percepción vuelve a cambiar, las metas se esfuman, la serenidad aparece entre el hastío que defenestra a tus iguales, a los que son de tu misma especie pero de distinta condición. Vuelvo a vivir el maya budista, el carácter ilusorio de todo lo que llegué a considerar real, tangible. Amargo sabor de boca para un enero llano, en oposición a las rectas en pendiente que mayoritariamente viven mis congéneres a principios de todo año. Llanuras insípidas pero profundamente serenas, las que permiten atisbar, a lo lejos, unas curvas con pendientes descendientes y ascendentes, embarradas por el lodo traído por las lluvias que ahora me mojan en la oscuridad que ahora agrada, en compañía de la que vino un día cinco y se quedó para siempre, para curar heridas de febreros pasados, de soledades mal llevadas. Y en el silencio de lo que ahora es llano y frío pienso en el maya que siempre me engaña, el que me recuerda que nada es como parece ser, que nada fue como creímos saber. 

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Dogmas (o el resurgir de mi crítica) jueves, 15 de enero de 2009 |

Detesto todo aquello que huela a dogmático, a deber, a obediencia ciega. El vacío de crítica implica vacío de contenido. En un momento de cambios profundos, de transición a no se sabe muy bien el qué, se asiste al amordazamiento de una sociedad que mira con los ojos cerrados, que piensa con el cerebro vacío. Cae el dogma del mercado libre, del monstruo fraguado por los librepensadores de Chicago, aplicado por los conservadores, prefijados como nuevos,  defendido hasta el final por un conglomerado de partidos políticos y economistas activos y pasivos unidos, todos, por su fe inquebrantable en los dogmas neoliberales. En este estadio que roza el absurdo elevado a condición normal, asistimos a los últimos actos del estado del bienestar, del de los ciudadanos. Se abre la puerta al estado del bienestar bancario, aquel en el que los agujeros de unos pocos deben ser tapados con el dinero de la mayoría, defenestrando a los ciudadanos a la condición de plebe zopenca. La veda abierta en España por el partido en el gobierno, aquel que se dice socialista pero fácilmente podría refundarse como bancario, tiene implicaciones serias para el futuro del martirizado sistema del bienestar ciudadano. Los que se dicen de izquierdas son capaces de defender lo indefendible, la apertura del chorro del dinero público a los supuestos pilares del sistema económico, los bancos y las cajas, partícipes todos de la salvaje orgía urbanística que nos ha conducido al caos. Zapatero nos hizo creer que el dinero prestado a los bancos tenía el objetivo primordial de reactivar la economía mediante la fórmula de la concesión masiva de créditos; llenar las cuentas corrientes de unos ciudadanos que ya no tienen qué gastar. Pero en lugar de ello, ni las cajas ni los bancos han soltado el dinero prestado y prometido. Usan el dinero público, que ni tan siquiera se declara oficialmente, para tapar sus propios agujeros, los abiertos por la red de los créditos subprime o los ladrillos convertidos en lingotes de oro y reconvertidos por la crisis en lo que siempre debieron ser. Y para ello han contado con la ayuda de dos dogmáticos liberales que se dicen de izquierdas, Zapatero y Solbes, que no han dudado en rebajar el IRPF de banqueros y miembros de consejos de administración de bancos del 48% al 16%. Sin crítica alguna de una sociedad pasiva, que seguirá votando al puño y a la rosa por los mismos motivos por los cuales sus dirigentes operan de la manera en el que lo hacen: por los dogmas que ni admiten crítica, ni admiten cambio. 

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Plutón lunes, 12 de enero de 2009 |

El negro frío de una noche de enero cualquiera. Plutón, de planeta a planetoide, huésped indeseable de casas desconocidas. Una luna más redonda que los roscones del siempre indigesto día de reyes. Influencias planetarias de las que ni me percato, las traídas por unas pitonisas borrachas y groseras, partícipes de una orgía de mariscos muertos y despedazados. El vómito que me sube súbitamente, augurios para un año en el que se avecinan borrascas, tormentas tropicales y tsunamis, las traídas, dicen,  por un astro que ni tan siquiera es planeta. Plutón queda lejos, les digo, flotando en el oscuro inabarcable del cosmos abstracto. Me aseguran que el planeta discutible dará guerra, como si no hubiera tenido ya suficientes episodios bélicos a lo largo de este sexenio, revolucionario. Revulsivo, más bien. Escéptico miro al cielo y me topo con la luna llena que lo ilumina todo, sin luz artificial, sin neones navideños. Me dejo llevar por las abstracciones surrealistas de las simpáticas astrólogas colocadas de vino y me pregunto si Plutón no había llegado antes de lo predicho. Porque a oscuras, en la lejanía de la cercanía, en la soledad de la nada, rodeado de materia inclasificable me encontraba, como el astro discutible, hace ya mucho tiempo. 

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Otro día cinco viernes, 9 de enero de 2009 |

Lo que viene después de la masa desbordante, de las preguntas cien mil veces repetidas, de la letanía del consumo. Lo que viene después de otro día cinco que pasa, de un punto y aparte que jamás fue un final. Efemérides de una noche de reyes pasada, sentados en el honda, con los ojos rojos, con el abismo que se abrió en mi interior. El cansancio que puede hasta con el dolor de aquel desgarro, el que resuena cada cinco de enero como un mantra que puede con el paso del tiempo, que puede con nosotros mismos. Lo complicado de ocultar tantas cosas, de tapar tantos agujeros negros, de tratar con la materia oscura que habita en uno mismo. Pasos pequeños en la oscuridad de la noche perpetua, confesiones al amparo de la tristeza, juramentos sin jurar, tangibles como la verdad que al final terminó imponiéndose a pesar de la lluvia torrencial, del rugido de la tormenta, de las noches de reyes encadenadas, del primer día cinco del año. 

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