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Azules

Me levanté con el estruendo del portátil golpeando el suelo. Caída amortiguada por un caos de ropa al que decidí poner fin con una colada indiscriminada. La gripe me tiene recluido desde hace tres días en una habitación de paredes azules, como mis ojos en los días en los que ni la tristeza ni la ropa me los cambian de color, al verde, al gris preludio de la bajada en picado. Pero ni el verde ni el gris me gustan. Desde que tengo recuerdos tangibles, mi color siempre fue el azul. Como el azul de los enormes ojos de mi padre. Como azules también son casi todas las prendas que hoy metí en la lavadora. Como mis gafas de plástico ochenteras que no protegen una mierda. Como mi maltrecho corazón, que de la noche al día se volvió azul turbio, marino, oscuro. El azul de la tristeza, del cielo infinito al que miramos buscando la nada, como en esos días en los que, como consuelo de tontos, le hablas a los tuyos mirando a las nubes. Como el cielo de perros que de enano imaginé para consolar mi tristeza perruna. Hoy quise pintar el cielo de azul, pero amaneció nublado. Grises en el horizonte, en mis ojos. El preludio cromático del cambio grabado en la retina. Sin ropa azul que ponerme ni ojos azules que lucir. 

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