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Dalai



El Dalai Lama es el líder político y religioso más longevo de la Tierra. Sus ojos han visto pasar revoluciones, guerras y exilios y la mayor tragedia vivida por su pueblo. A diario recibe en su pequeño y modesto hogar en el norte de la India a aquellos tibetanos que desafían el dominio chino, atravesando las mayores montañas del planeta, haciendo frente al frío himalayo o sorteando los peligros de ser abatidos por los paramilitares comunistas. El Dalai Lama recibe a todos y cada uno de los tibetanos que optan, a la desesperada, por el exilio; escucha sus historias personales, marcadas por la tragedia de una ocupación inmoral; las historias comunes a todos y cada uno de los seis millones de tibetanos, de las familias marcadas por la pérdida de alguno de sus seres queridos a manos de los comunistas, de los asesinos que en nombre del progreso, la hoz y el martillo han cometido atrocidades imposibles de describir.

El Dalai Lama es el símbolo de las aspiraciones del pueblo tibetano; representa todas y cada una de las terribles historias de la ocupación china: al nómada arrestado y en paradero desconocido por hablar de las ansias de libertad de su comunidad; al monje que se niega a denunciar en público a su líder religioso y es sometido a las mayores vejaciones habidas y por haber; al adolescente combativo en paradero desconocido tras hacer pintadas contra la presencia de los asesinos chinos; a la anciana que perdió a su marido durante la Revolución Cultural; al tibetano de a pie, que tras ser descubierto con una foto del Dalai es conducido a una prisión; a la tibetana forzada a abortar por las cuadrillas asesinas de médicos rurales; al escolar al que le es negado el derecho a recibir la enseñanza en su lengua nativa, el tibetano… La ocupación ha sido implacable con el pueblo tibetano, no hay espacio ni para la disidencia ni para la más mínima opinión. La invasión perpetuada del Tíbet es una inmoralidad que las democracias occidentales deberán asumir como un error propio, porque dejar a un pueblo carente de armas a merced de la maquinaria asesina del comunismo en su versión maoísta, es tanto o más inmoral que permitir el asesinato de inocentes en Darfur, pasar por alto la represión en Myanmar o no condenar la violencia en cualquiera de sus formas.

Hoy, el Congreso de los Estados Unidos impondrá su medalla de oro al Dalai Lama, el máximo galardón civil de la nación. China ya ha expresado su furia incontrolada ante lo que considera un ataque frontal contra los “asuntos internos” de su autoritario régimen. Pero nosotros, desde un “mundo libre” que cada vez lo es menos, nos alegramos de una decisión más que acertada, porque este premio no sólo es para el Dalai, sino para todos aquellos que han luchado por la libertad y la democracia; por aquellos que aún hoy siguen encarcelados por ejercer un derecho inalienable como lo es la libertad de expresión; por aquellos que aún sufren, dentro o fuera del Tíbet, las consecuencias de una de las mayores atrocidades del siglo XX.

Larga vida a su Santidad, el XIV Dalai Lama del Tíbet.

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