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Justicia universal [segunda parte]



El asesino de la foto es el ex militar argentino Adolfo Scilingo, partícipe de alguno de los episodios más repulsivos y criminales de la dictadura militar en su país. En 1997, Scilingo confesó, en televisión, haber participado en más de una ocasión en uno de los “vuelos de la muerte”, que básicamente consistía en tirar al mar, desde aviones en pleno vuelo, a opositores del régimen. El macabro ritual se realizaba de la siguiente forma: los opositores eran drogados con sedantes que los mantenían en un estado de semiconsciencia y engañados posteriormente para ser introducidos en aviones; ya en el aparato, eran desnudados y posteriormente arrojados a alta mar. La Audiencia Nacional probó que Scilingo participó, al menos, en dos de estos vuelos; en uno realizado en julio de 1977, en el que 13 opositores fueron arrojados al mar, y en otro realizado en agosto de ese mismo año, en el que otras 17 personas fueron ejecutadas.

La condena impuesta por la Audiencia Nacional fue de 640 años, por el asesinato de 30 opositores, una detención ilegal [realizada en 1977] y otras 255 detenciones de las que fue cómplice. Las condenas por asesinato fueron mayores porque, según la Audiencia Nacional, Scilingo los cometió con alevosía; además, las detenciones ilegales tuvieron el agravante de realizarse bajo tortura. Hoy nos llega la noticia de que el Tribunal Constitucional ha decidido, por 10 votos a favor y 5 en contra, aumentar la condena impuesta por la Audiencia Nacional a 1084 años de prisión, pero a cambio, lo ha absuelto del delito de torturas del que fue imputado.

La noticia es, a pesar de su absolución del delito de torturas, excelente. Supone que, por primera vez, un genocida probado haya podido ser condenado por un tribunal extranjero, y a la par, implica que la condena por crímenes contra la humanidad impuesta a Scilingo sea la primera de esas características dictaminada por la justicia española. Scilingo fue testigo de las detenciones ilegales, las torturas y los famosos “asados”, sesiones en los que los cuerpos de los opositores asesinados eran quemados en grandes hogueras. Todo esto se realizó en la archiconocida ESMA, la Escuela Mecánica de la Armada. Scilingo era plenamente consciente de las atrocidades que se realizaban en dicho centro; conocía las tareas encomendadas al grupo 3.3.2 [labores represivas, secuestro, torturas y exterminio de disidentes políticos], e incluso pretendió formar parte del mismo, aunque sin éxito. Scilingo fue, por lo tanto, una parte más del engranaje humano y técnico que realizó la represión, algo que encaja perfectamente en la categoría de genocidio: en Argentina existió un plan específico para exterminar a los considerados como “elementos subversivos”. De hecho, el total de desaparecidos y/o asesinados por el régimen militar se sitúa entre 20.000-30.000 personas. Los principales responsables de estas atrocidades han corrido distinta suerte: Videla, máximo responsable de la junta militar, fue condenado a cadena perpetua en la década de 1980. Ahora cumple su condena bajo arresto domiciliario a consecuencia de su avanzada edad. Massera también fue condenado a cadena perpetua, pero tras un aneurisma cerebrovascular sus condenas han sido interrumpidas, al igual que las extradiciones pedidas por España, Francia o Alemania. Por último, el general Agosti cumplió íntegramente la condena que le fue impuesta en 1984.

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