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Sexualidad conflictiva



En anteriores posts, he esbozado sucintamente algunas de las características más básicas de la teoría queer y su aplicación, desde el ámbito académico, en las denominadas ciencias sociales [que de científicas tienen bastante poco]. Lo queer sobrepasa, con creces, los estrictos marcos académicos para plantear, desde una radicalidad discursiva manifiesta [cuyos orígenes han de retrotraerse a los discursos liberacionistas y lesbianistas radicales], proyectos sociopolíticos alternativos a las realidades heteronormativas y patriarcales. Desde la teoría queer, los historiadores, filósofos y sociólogos han propugnado una lucha alternativa a la realizada por el lobby lesbogay; las políticas de integración y/o asimilación promulgadas desde las instancias más consevadoras del movimiento LGTIB [lesbiano, gay, transexual, intersexual y bisexual], han sido ampliamente cuestionadas por el movimiento teórico-práctico queer. Desde el mismo, se han planteado alternativas factibles de cuestionamiento y oposición a las realides heteronormativas [que han logrado normalizar desde el discurso heterosexual las conductas homosexuales], a la vez que se construyen ámbitos de actuación no-normativos que renuncian a los mecanismos de integración y/o asimilación ya expuestos. De esta manera, lo queer se sitúa explícitamente en un ámbito marginal, absolutamente al margen de las dinámicas hetero y homonormativas.
Pero lo queer se identifica categóricamente con realidades más abiertas, flexibles y laxas; huye de lo considerado como normal por el discurso hegemónico y rearticula las realidades discursivas desde planteamientos que hacen frente a la norma sexual y a las identidades [sexuales o no] establecidas. Por ello, lo queer es políticamente incorrecto, antiliberal de base y contrario a cualquier marco de consenso sociopolítico; lo queer, al fin y al cabo, hace visible las incoherentes dinámicas estructurales del discurso mayoritario, para deconstruir las actitudes de consenso defendidas desde las instancias más cercanas a las posiciones hetero y homonormativas. Bajo el amplio paraguas queer, ya no sólo caben los homosexuales, transexuales o bisexuales, sino todos aquellos cuyos cuerpos no son el fiel reflejo de la imagen normativa, de los raros, deformes y, al fin y al cabo, distintos: los intersexuales.
Las incoherencias del discurso hegemónico han sido analizadas en profundidad por los teóricos queer; los discursos acerca de la homosexualidad [integrados todos en el mayoritario y normativo], tanto los normativos como los explícitamente homofóbicos o de resistencia/liberación, han acentuado [¿conscientemente?] las incoherencias discursivas del modelo normativo. Los primeros [homofóbicos] han tendido a reprimir las conductas homosexuales desde un discurso que enfermiza al distinto [en este caso, al homosexual] y lo sitúa en la perfieria de la normalidad. Los segundos, materializados por el movimiento subversivo contra-discursivo, han intentado construir una identidad [homosexual] natural, social, innata [una esencia interna homosexual], normalizada y contraria a la heteronormativa [pero desde esas mismas lógicas heteronormativas]. De esta manera, ambas posturas [homofóbicas y contra-discursivas] han legitimizado al otro, al distinto. El discurso homofóbico, al definir y delimitar la homosexualidad como práctica marginal intolerable e imposible de normalizar en el presente marco discursivo, ha permitido a la homosexulidad existir como tal [como práctica o realidad social], pero bajo el prisma alarmista de riesgo y amenaza para el orden y la estabilidad del modelo discursivo heterosexual.
Pero con toda probabilidad, el aspecto más interesante de toda la producción teórica queer es la relativa a las cuestiones de la identidad [sexual]. Lo queer rechaza sistemáticamente cualquier discurso esencialista que legitime identidades consideradas como naturales por el discurso mayoritario. Desde esta premisa, los teóricos queer definen las identidades como construcciones discursivas sujetas a los vaivenes del propio desarrollo histórico del discurso, abiertas a las transformaciones [radicales o no] de las rupturas discursivas [ver anteriores posts para entender este concepto]. La identidad seuxal no es una expresión de una esencia interior [en el caso del contra-discurso del lobby lesbogay, una esencia o deseo interno reprimido por el régimen discursivo hegemónico]. Para teóricas como Judith Butler, el sexo es el núcelo natural y el género la expresión sociocultural externa, efectos ambos de la sexualidad como régimen normativo, que crea identidades establecidas, naturales y estables. Para Butler, el sexo es un efecto del proceso de naturalización de la estructura social del género [de clara connotación heterosexual], por el cual se obliga al sujeto a identificarse con una determinada identidad sexual y de género, basándose en el hecho ilusorio de que la identidad responde a una interioridad que estuvo allí antes del acto de interpelación. La teoría queer critica los efectos excluyentes de las identidades esencialistas [tanto homo como hetrosexuales]; critica el hecho de que toda identidad sexual se construya a costa de otra identidad que la delimita y constituye.
Al fin y al cabo, la sexualidad como hecho social, se halla determinada y construida por una serie de relaciones de poder que lo politizan, hasta el extremo de desplegar un discurso normativo-represivo que legitima unos cuerpos, unos placeres, unas prácticas... sobre otras consideradas como desviadas, repugnantes, distintas... Para la producción teórica queer, tanto la heterosexualidad como la homosexualidad no son entes autónomos o separados, sino que responden a un mismo mecanismo de poder, a una relación que las construye como realidades. Lox teóricos queer reivindican para la sexualidad y sus identidades un carácter político conflictivo, laxo y abierto; plagado de incoherencias e incompatibilidades. Unas identidades, al fin y al cabo, necesarias pero imposibles a la vez.

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