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Historia en crisis



Jamás entendí el porqué de mi especial interés por la disciplina histórica; a veces maldigo el día y el momento en el qué decidí cursar esta larga y tortuosa carrera. Tras un par de buenos años enfrascado en las dinámicas universitarias [carentes de cualquier lógica posible] he llegado a la conclusión de que mi futura profesión carecerá de cualquier sentido posible. La función práctica del/la historiador/historiadora en el futuro más próximo es más que cuestionable. La historia se halla sumida en una gran crisis; para algunos, esta crisis es producto de lo que en su día el enterado de Fukuyama llamó el fin de la historia, una burda teoría [al servicio de los intereses del capital y el neoliberalismo imperial] que afirmaba que la evolución histórica concebida como el desarrollo ideológico de la humanidad habría llegado a su fin en 1989 [con los procesos de descomposición interna del bloque del socialismo real]. Para Fukuyama la humanidad habría logrado llegar a un estadio de evolución histórica tal, que la única realidad político-social factible sería la brindada por la democracia de corte liberal [universalizada hasta el extremo de ser la opción final de gobierno]. De esta manera, el energúmeno de Fukuyama argumentaba que todas las sociedades humanas terminarían abrazando el liberalismo en el plano político; el neocapitalismo en el económico; y el consumismo de masas como forma cultural universalizada por el progreso indiscutible del capital y sus dinámicas.
Fukuyamadas aparte [las lógicas neoliberales carecen de la seriedad necesaria para ser debatidas], la crisis de la historia parece aún más ilógica si tenemos en cuenta la creciente demanda de historia [a través de una amplia gama de productos históricos de consumo ofrecidos por el sistema] de una parte sustancial de las sociedades actuales. Esta sed por el conocimiento histórico parece haber beneficiado a todos menos a los historiadores profesionales. El imparable avance de la novela histórica, las salvajes incursiones periodísticas en la teorización histórica o el hecho manifiesto de que la historia se haya convertido en un bien más al alcance de cualquiera, parecen haber jugado una mala pasada a aquellos que se consideran profesionales de una disciplina difícilmente categorizable. De esta manera, y en cierto modo, la crisis de la disciplina histórica y de la función del historiador como mediador entre el pasado y la sociedad del presente, se debe a la incursión o a la ocupación de los puestos anteriormente ocupados por los profesionales de la historia por escritores, periodistas, políticos...
Si bien es cierto que la necesidad de una renovación profunda de las bases mismas de la disciplina era un imperativo hace unas décadas, el problema de fondo [la función de los historiadores y de la historia en el mundo actual] no parece haberse solucionando a través del intrusismo periodístico o literario. Las sociedades del presente no podrán jamás entender las dinámicas históricas de las sociedades pasadas a través del prisma de la ficción ofrecida por la literatura o el periodismo basura y partidista. Parte de la culpa de esta crítica situación la tienen los propios historiadores profesionales, enfrascados en sus dinámicas académicas. Pero desde mi perspectiva personal, el estancamiento teórico y la crisis de una determinada forma de concebir la evolución de las sociedades del pasado es la principal causa del estado crítico que vivimos. No es posible avanzar con unos marcos teóricos y analíticos anclados en concepciones anacrónicas [marxismo, estructuralismo, historia social, historia sociocultural, positivismo....]; y mucho menos podremos avanzar en el conocimiento histórico si una parte sustancial del gremio de historiadores sigue considerando su disciplina como una ciencia social; la historia carece de los mecanismos básicos para ser considerada una ciencia en el sentido tradicional del término.
Pero si la disciplina histórica no ha logrado consolidarse como ciencia social a través de su dilatado desarrollo historiográfico, esto no significa que aquello a lo que nos dediquemos los historiadores sea hacer ciencia-ficción. A través de nuevos marcos de análisis y las emergentes teorías multidisciplinares [sociología, psicología, lingüística...], los historiadores del presente y del futuro serán capaces de ofrecer alternativas factibles a esta situación de estancamiento perpetuo. La deconstrucción histórica es una vía muy factible, pero de un coste atroz para algunos. Supone desmontar el entramado ideológico-teórico que ha sustentado una forma de entender el pasado dominado por categorías consideradas como naturales: el Estado, la política, el individualismo personalista, la descriptividad... Una historia dominada por las categorías de análisis del heteropatriarcado, al servicio de los intereses del Estado-Nación clásico y del hombre blanco heterosexual; una historia en la que aún hoy, la mayor parte de estos gilipollas que se dicen historiadores académicos [que cuentan con una plaza de por vida en alguna de nuestras patéticas universidades provinciales], excluyen a los subalternos, a las voces discordantes con la versión oficial brindada por la historiografía tradicional. Ni las mujeres, ni los homosexuales, ni los pueblos colonizados ni las culturas subversivas..., todos han sido y siguen siendo sometidos a una vergonzosa exclusión de la que todos somos partícipes. Pero lo peor de todo, es que los intentos por incluir a los subalternos han partido desde dinámicas y perspectivas históricas tradicionales, lo que automáticamente hace inviables tales intentos de apertura histórica.
Desde el giro-lingüístico, la teoría queer, la teoría post-colonial y el complejo entramado de teorías postmodernas, los historiadores intentan provocar una revisión comprometida con los fundamentos básicos de la disciplina histórica. La crisis ha de ser superada a base de deconstrucciones, revisiones y reconstrucciones; la rearticulación del discurso histórico ha de partir de estas premisas y de que la función de los historiadores del futuro pasará por una mayor conciencia crítica de nuestro trabajo y de nosotros mismos como profesionales de una disciplina harto compleja, pero básica para el entendimiento de nuestro mundo actual.

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