Nocheperra
Creo haber afirmado en algún post anterior que personalmente detesto la Navidad, sus patéticas cenas, sus obligaciones consumistas y la falsedad generalizada del populacho durante estas fiestas. Pues bien, hoy celebramos para suerte o desgracia de muchos, el día más falso de todo el año; y es que la Nochebuena es uno de los mayores esperpentos a los que tenemos que enfrentarnos anualmente sin poder rechistar: el imperativo de cenar con la familia más próxima no es más que un subproducto del discurso del patriarcado, una obligación moral para y con nuestros, en ocasiones, desestructurados y fatídicos núcelos familiares. Y lo que es peor, la Nocheperra sigue manteniendo en nuestra eterna y siempre católica España un profundo sentido sacro, marcándose con el nacimiento del mesías cristiano el único día del año en el que tod*s nos vemos obligad*s a cenar con nuestras familias.
De todos es conocido el hecho de que los banquetes y la comida, siempre han actuado como un eficaz medio de socialización entre las personas. En nuestra cultura solemos asociar la gastronomía con las reuniones entre amigos y la familia; pero también relacionamos la comida con el amor [en su vertiente más romántica] o con las celebraciones de todo tipo [cumpleaños, aniversarios, éxitos, patéticas bodas, celebraciones religiosas...]. Este hecho confiere a la comida y al banquete una posición central en nuestras vidas, otorgándole, en algunas ocasiones, un sentido ritual poco coherente. El discurso nos obliga [de la peor manera posible] a reunirnos con aquellos a los que en teoría amamos; nos obliga a desenvolvernos en una mesa con familiares con los que mantenemos algún tipo de conflicto; nos obliga a pasar una, dos o tres falsas horas con nuestras desestructuradas familias.
Lo peor de los imperativos y obligaciones del discurso hegemónico es el hecho evidente de que existen muchas familias rotas por la muerte de alguno de sus integrantes, lo que a su vez genera un dolor anexo enfatizado por el inconsciente [o no] recuerdo del ausente; para aquellos que hemos perdido a un familiar, sea padre, madre, herman*, abuel*..., la Nochebuena puede suponer cosas que para el resto pasan desapercibidas. Y es que la crueldad del discurso no parece tener límite alguno; ¿qué deben hacer aquellos que han perdido a toda su familia y se encuentran sólos durante estas fechas? ¿Cómo reaccionan aquellos que se encuentran lejos de sus casas, en países diferentes y sin medios para reunirse con sus familias? ¿Qué hacemos las pequeñas familias de no más de tres miembros, con alguna notable auscencia a nuestras espaldas? De esta manera, las obligaciones discursivas pueden llegar a ser así de perras: las fiestas cristianocéntricas y patriarcales nos recuerdan a los ausentes, nuestros problemas personales, nuestras a veces infelices vidas; y lo que es peor, anualmente nos recuerdan a aquellas familias alternativas que por distintas circunsatancias no siguen el modelo normativo, que formamos núcleos familiares desestructurados cuyas dinámicas internas pueden ser distintas a las del resto. El discurso nos obliga a amar durante unas horas, días o semanas [básicamente el lapso de tiempo navideño] a los nuestros, mientras que durante el resto del año, la ideología del heteropatriarcado [que lleva implícita la ideología de la Iglesia católica] avala contextos de violencia familiar de todo tipo o sanciona un caduco modelo familiar tradicional inviable a estas alturas.
5:49 p. m.
Y que me dices de los papa noel colgando de todas las ventanas y balcones top