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La frontera



Por suerte o por desgracia, nuestras ínsulas atlánticas forman parte integral del continente más castigado de todos; un brazo de mar de tan sólo 97 km separa al primer del cuarto mundo, en lo que las Naciones Unidas han calificado como la mayor brecha socioeconómica del planeta. La frontera de mar que separa a España de África [el estrecho de Gibraltar y Canarias] constituye la separación física más radical de cuantas existen [incluso mayor que la frontera entre Estados Unidos y México]. Aquí, más que en ningún otro lado del globo, las diferencias norte-sur son más que palpables y el fenómeno migratorio [al que los españoles y canarios no somos ajenos] una dinámica histórica en toda regla.
La opulencia, nuestro consumista estilo de vida y la imagen idealizada del mundo desarrollado han convertido a España en el segundo receptor de inmigrantes del mundo, tan sólo detrás de Estados Unidos [pero que a diferencia de España, cuenta con una población siete veces mayor y una mejor capacidad de asimilación]. España parece haber superado todas los récords y estadísticas existentes en lo relativo al fenómeno migratorio; se ha convertido en el primer Estado miembro de la Unión Europea en envío de remesas a terceros países [abarcando casi el 40% del total de las remesas enviadas desde el espacio comunitario, unos 6.000 millones de euros], sólo superada por Estados Unidos y Arabia Saudí. Las remesas de los inmigrantes representan el más alto porcentaje del PIB de toda la Unión Europea, un 0.39%, y el crecimiento del trabajo realizado por inmigrantes ha crecido más que en ningún otro lugar del globo durante la década 1994-2004, con un crecimiento del 551%.
Pero si nos centramos en nuestras islas, la cuestión migratoria se halla fuertemente marcada por el drama humano encarnado por los cayucos y las estremecedoras imágenes de inmigrantes agonizando tras días de travesía en el Atlántico. Se calcula que unos 6.000 africanos han perecido en su intento por alcanzar nuestras costas, según la viceconsejería de Inmigración; tan sólo se han podido recuperar unos 600 cuerpos. Hasta la fecha [27 de diciembre], 31.058 inmigrantes habían llegado a las costas canarias en cayucos, es decir, en un sólo año han arribado a nuestras costas casi el mimso número de inmigrantes que entre 2002-2005. Las consecuencias políticas y sociales de semejante fenómeno siguen abiertas. Por islas, Tenerife ha sido la que mayor número de inmigrantes ha recibido: 17.261, es decir, el 55% del total seguida muy de lejos por Gran Canaria, con 5.398 [17%]; La Gomera, 3.371; Fuerteventura, 2.232; El Hierro, 1.974; Lanzarote, 822. Por provincias, Santa Cruz de Tenerife recibió 22.606 inmigrantes [72%], mientras que Las Palmas de Gran Canaria recibió 8.452 [27%].
Los políticos canarios y españoles han tratado, de la peor de las maneras posibles, frenar un fenómeno natural imposible de detener; a través de medidas coercitivas [iniciativa Frontex], implorando ayuda económica y vigilancia a la Unión Europea o achacando el fenómeno a las política sociales del ejecutivo socialista. Ninguna de las opciones que hasta ahora se nos han presentado son válidas, no sólo por su inoperatividad a largo plazo, sino porque no son capaces de solucionar los problemas que empujan a cientos de miles de seres humanos a arriesgar sus vidas paar llegar a nuestras costas. Si bien es cierto que el Plan África del ejecutivo de Rodríguez Zapatero es muy loable, en tanto en cuanto España jamás ha contado con una política específica para el África subsahariana, los límites del mismo son más que evidentes. Las políticas de cooperación y desarrollo con el África más pobre son meros parches para un problema de una envergadura brutal; la guerra, el hambre, la pobreza extrema y las ansias de millones de seres humanos seguirán empujando a generaciones enteras hacia la frontera con el rico norte. Ni el Frontex ni la mayor de las vallas oceánicas serán capaces, jamás, de impedir un fenómeno que se nos presenta como el mayor de los retos del presente siglo. La única solución viable pasa por mitigar las profundas diferencias socioeconómicas existentes en esta terrible frontera; la barrera física y económica que representa el Atlántico no nos salvará de seguir siendo el principal polo de atrracción de millones de africanos cuyo único y justo deseo es el de escapar del mayor drama contemporáneo existente: la lenta agonía de todo un continente.

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