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No cederemos

Corren malos tiempos para nuestras libertades. Desde la caída de las torres de la codicia, símbolos inequívocos del poder imperial y, de lo que es aún más real, del poder del capital occidental, el mundo vive una convulsión cuyo final es difícil de predecir en estos momentos. En aras de la seguridad y la lucha contra el terror global de los fanatismos de ambos extremos, los estados-nación del siglo XXI, o lo que queda de los mismos, han emprendido la titánica labor de poner fin a los estados del bienestar keynesianos, desmantelando, uno a uno, las conquistas sociales que nos definen como humanos. El aparato teórico-discursivo utilizado es el neoliberalismo, cuyo auge y consolidación asustan a buena parte de la izquierda democrática y radical que cree en el proyecto de convivencia diseñado tras la primera de las grandes crisis del capitalismo occidental. Las leyes antiterroristas ahora vigentes, rediseñadas a partir de los ataques del 11-S, constituyen un engendro legal difícilmente compatible con un sistema de libertades como el que, en estos días, la clase política dice defender. Los mismos que cercenan nuestros derechos, ilegalizan ideas y gestionan, en aras de un bien gremial [de aquellos próximos al poder o que lo detentan], lo público, son los que pretenden presentarse a sí mismos como defensores del sistema de libertades y derechos que, poco a poco, desmantelan. El giro hacia la derecha del Partido Socialista, dejándose arrastrar por la marea neoliberal y ultraderechista de buena parte del Partido Popular y de los sectores más a la derecha de éste, es un buen ejemplo de la degradación progresiva de la vida política e institucional en este país. Los recursos presentados por la derecha española contra leyes tan importantes, desde un punto de vista social y de libertades básicas, como la ley de matrimonios homosexuales, constituyen una amenaza grave y explícita contra los indudables avances logrados en esta última legislatura. El estado de excepción de facto que en estos momentos estamos sufriendo, podría agravarse en los próximos meses a medida que la contienda electoral se acerque. La presión desde la izquierda sobre un PSOE al borde del precipicio derechista es una necesidad, como lo es una participación masiva de los elementos de izquierda en la próxima cita electoral. Cierto es que la democracia que nosotros ansiamos, la verdaderamente participativa y radical, es una quimera inalcanzable en estos momentos; pero una exclusión voluntaria de la participación en la próxima contienda implica, de una u otra manera, ceder terreno a aquellos que no creen ni en las libertades ni en nuestros derechos. Necesitamos lograr una mayoría social suficiente para reformar, de una vez por todas, esa caduca y rancia Constitución, que en nada responde a las necesidades de la España del siglo XXI y de los jóvenes de hoy. Necesitamos reforzar una mayoría de izquierdas capaz de plantarle cara a la jauría eclesiástica, la misma que estos días anda diciendo que la historia de la humanidad se torció con la Revolución Francesa, y a la caverna tradicionalista y derechista que jamás ha creído en la democracia. Hoy, más que nunca, la lucha contra el estado de excepción impuesto por los que detentan el poder: socialistas y populares, banqueros y grandes corporaciones, es una necesidad y una prioridad para los que creemos en el proyecto de la democracia radical. El rediseño del logotipo de la web es una muestra de esta preocupación personal: con la democracia y, sobre todo, con nuestros derechos no se juega.

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