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Estúpidas/Estúpidos

Los seres humanos somos increíblemente estúpidos, de eso no me cabe la menor duda. A lo largo de generaciones hemos construido un mundo a nuestra medida: a la medida de nuestras sandeces, sentimientos irracionales y, ante todo, a medida de nuestra suprema e ilimitada arrogancia y necedad. Como si de un surrealista juego se tratara, los seres humanos adoptamos roles, posturas, actitudes, discursos..., que en cortos lapsos de tiempo son objeto de profundas y radicales transfromaciones. Los humanos tenemos la sorprendente capacidad de pasar de un estadio en el que somos víctimas, a otro en el que ejercemos la deleznable posición de verdugos y jueces. Nos arrogamos el derecho a juzagr, sin cuartel y sin fundamentos lógicos, a todo aquel que desafíe nuestras simples lógicas; nuestros inamovibles y "veraderos" discursos; nuestra limitada visión del mundo... A través de la veganza dialéctica, nos erigimos en revisores [a título individual] del pasado, de nuestro presente y, aunque parezca mentira, del futuro próximo y lejano. Lanzamos improperios, insultos, descalificaciones e incluso amenazas a aquellos que, teniendo o no culpa alguna de aquello a lo que están siendo juzgados, no han de ser sometidos a nuestra particular ejercicio demagógico-justiciero.
La presente reflexión es producto de uno de esos esperpénticos momentos en los que uno se avergüenza de pertenencer al mismo grupo de homínidos [sí, efectivamente y por mucho que les pese a algunos, todos somos sapiens sapiens]; el pasado 8 de marzo, y por razones de tipo casual, fui testigo de la manifestación que un grupúsculo de personas celebraron con motivo del día internacional de las mujeres [que no mujer en singular, ni trabajadora]. A la altura de la Iglesia de San Francisco, el exiguo grupo comenzó a corear insultos, frases explícitamente amenazadoras y una sarta de sandeces supremas dignas de ser objeto de condena y rechazo. Insultos contra los sacerdotes, los miembros de la Conferencia Episcopal y amenazas del tipo incendiemos las iglesias, me hicieron preguntar hasta que punto aquellas personas eran plenamente conscientes de lo que defendían a gritos [e insultos y amenazas]. A través del ejercicio de un derecho básico y fundamental en cualquier estado democrático, los allí congregados [todo sea, dicho de paso, eran mayoritariamente mujeres] se creyeron en el derecho de juzgar a base de descalificaciones e insultos a toda una institución que, a pesar de merecerse las miles de condenas de las que ha sido objeto, dudo que merezca ser sometida a semejante inquisición popular. Pero aún más alarmantes me resultaron las incitaciones a la quema de iglesias y conventos; lamentable.
En este punto quiero conectar estos discursos feministas radicales, en los que confluyen toda una serie de movimientos, inquietudes [intelectuales, políticas y personales] e ideologías, con el punto muerto al que, a menudo, desembocan estos movimientos. La crítica moderada y fundamentada contra el patriarcado moderno, el orden heterosexual y masculino y la institución de la diferencia de género, es absolutamente necesaria. Pero otra cosa muy distinta es la búsqueda constante, por algunas feministas radicales [por llamarlas de alguna manera] antifálicas obsesas, de verdugos y objetos acusables. ¿Que sentido tiene apuntar con el dedo índice hacia hombres concretos o hacia lo masculino en general, con tal de buscar personas a las que acusar de todos los males habidos y por haber de la humanidad? ¿Qué culpa tengo yo de que a las mujeres no se les otorgara el voto en España hasta 1931? ¿Qué culpa tengo que la vecina del quinto sea víctima del terrorismo doméstico? ¿Qué sentido tiene acusar a hombres, como yo, de todos los males habido y por haber de la humanidad? Este es el feminismo rancio, descalificador y barato que muchas mujeres practican a diario; y es el mismo feminismo cuyos absurdos argumentos incitan a tonterías supremas como las de la citada manifestación.
¿Cómo pretenden las feministas radicales defender los derechos de las víctimas si luego actúan como verdugos, descalificando y faltando el respeto a todo el que no tiene cabida en su estrecho y limitado prefabricado mundo? ¿Ayuda algo insultar a los sacerdotes y a los hombres, en general, en la lucha por la defensa de los derechos básicos de las mujeres? Lo dudo.
Estas mismas feministas son las que a diario, y a modo de taladradora, nos recuerdan que el lenguaje que empleamos es sexista, masculino y patriarcal. Nos fuerzan a expresarnos a través de barras [/], para emplear el género masculino y femenino conjuntamente; nos obligan a hacer referencias primero a las mujeres, y luego a los hombres [señoras y señores]; nos obligan, a fin de cuentas, a entrar en debates estériles que poco, o nada tienen que ver, con la lucha auténtica de las demás mujeres sensatas. Este discurso radical no hace bien a la causa general del resto de mujeres del globo; de hecho, como subproducto concreto del discurso liberal-eurocéntrico, obvia los problemas realmente a tener en cuenta: que la mayor parte de las mujeres del mundo se hallan en situaciones de dependencia y sumisión con respecto a los hombres; que las mujeres de los países más pobres tienen problemas mucho más serios que las iglesias, el lenguaje sexista o los estériles debates acusadores de algunas feministas. Por lo tanto, y en homenaje a esa manifestación esperpéntica, les dedico el título de este post a todos aquellos/aquellas que, inundados/inundadas de odio y pocos argumentos, gritaron aquel conjunto de gilipolleces poco propias de un homo sapiens sapiens comprometido con los valores supremos de la democracia y el respeto al prójimo.

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