El deseo
El tener un género determinado no implica, directamente, el desear de una manera establecida o normativa, pero ello no supone que el deseo no determine de una manera estructural a ese mismo género. Algunos teóricos queer, con Judith Butler a la cabeza, argumentan que la complejidad de la cuestión ha de valorarse entendiendo las dinámicas del propio deseo. Y es en este punto donde nos damos cuenta que el deseo, como expresión humana, se halla determinado por construcciones discursivas originadas más allá de la mera individualidad que parece caracterizar un sentimiento tan íntimo. Es así, como llegamos a la conclusión de que el deseo se halla regulado por el discurso hegemónico; y si tenemos en cuenta que el deseo implica siempre la búsqueda del reconocimiento [en otra/s persona/s], o que el deseo tiene como principal finalidad la constitución del sujeto como un ser social aceptado, entonces el estudio de las dinámicas del deseo son fundamentales a la hora de abordar temáticas de género e identidad.
Los elementos que permiten a los sujetos ser articulados como seres humanos son determinados socialmente, a través del consenso obligatorio impuesto por el sistema discursivo operante. Pero esos elementos no son validos para todos; el sistema discursivo puede considerar que las cualidades “humanas” no siempre son aplicables de modo universal, ya que al humano se le considera de una manera diferenciada dependiendo de su origen étnico-social; su aspecto físico, orientación sexual… Es en este punto donde los teóricos queer critican la manera en la que se hace ese reconocimiento: el proceso implica no sólo una diferenciación subjetiva e injusta entre seres humanos, sino que supone otorgarle al hecho en sí del reconocimiento, un poder central a la hora de configurar a los seres humanos.
Es a través de la aceptación o represión del deseo, como los marcos discursivos han alejado hacia los márgenes del lo abyecto, a las sexualidades no-normativas; a las formas de pensar no-hegemónicas; a los estilos de vida no-comunes… El resultado de este proceso de dominación/sumisión es que el “yo” de cada uno se halla subordinado a las normas operantes, lo que no implica la inexistencia de relaciones críticas entre ese “yo” y el discurso represor. Es así como seremos capaces de rearticular discursivamente nuestro deseo; de buscar el reconocimiento del mismo en términos más individuales y no genéricos [no podemos “gustar” a todo el mundo]; de entender que el no-reconocimiento general implica luchar contra el discurso causante de esa situación negativa; y de entender que el deseo, como expresión fundacional de la motivación humana básica, no sólo es necesario sino imprescindible para seguir viviendo, para seguir sintiéndonos humanos.
Los elementos que permiten a los sujetos ser articulados como seres humanos son determinados socialmente, a través del consenso obligatorio impuesto por el sistema discursivo operante. Pero esos elementos no son validos para todos; el sistema discursivo puede considerar que las cualidades “humanas” no siempre son aplicables de modo universal, ya que al humano se le considera de una manera diferenciada dependiendo de su origen étnico-social; su aspecto físico, orientación sexual… Es en este punto donde los teóricos queer critican la manera en la que se hace ese reconocimiento: el proceso implica no sólo una diferenciación subjetiva e injusta entre seres humanos, sino que supone otorgarle al hecho en sí del reconocimiento, un poder central a la hora de configurar a los seres humanos.
Es a través de la aceptación o represión del deseo, como los marcos discursivos han alejado hacia los márgenes del lo abyecto, a las sexualidades no-normativas; a las formas de pensar no-hegemónicas; a los estilos de vida no-comunes… El resultado de este proceso de dominación/sumisión es que el “yo” de cada uno se halla subordinado a las normas operantes, lo que no implica la inexistencia de relaciones críticas entre ese “yo” y el discurso represor. Es así como seremos capaces de rearticular discursivamente nuestro deseo; de buscar el reconocimiento del mismo en términos más individuales y no genéricos [no podemos “gustar” a todo el mundo]; de entender que el no-reconocimiento general implica luchar contra el discurso causante de esa situación negativa; y de entender que el deseo, como expresión fundacional de la motivación humana básica, no sólo es necesario sino imprescindible para seguir viviendo, para seguir sintiéndonos humanos.
Etiquetas: libertad sexual, Queer, Sexualidad