Deshecho
Si el deseo es un impulso o sentimiento sustancial a la hora de abordar las complejas dinámicas conductuales de los seres humanos, los cambios radicales en la relación con aquellas personas que amamos son trances relativamente comunes que implican, no obstante, transformaciones a escala individual de carácter decisivo. Dudo que el “luto” por la pérdida física o emocional de un ser querido se complete del todo en algún momento de nuestras vidas: el “luto” implica una aceptación de una transformación radical de la que somos conscientes en el mismo momento en el que el ser querido dejar de estar presente de alguna manera en nuestras vidas. Los trances relacionados con las pérdidas físicas o emocionales implican procesos generales en los que el dolor y el pesar toman las riendas de nuestros estados anímicos durante un tiempo concreto: algunos especialistas aseguran que los “ciclos del luto” se completan tras, aproximadamente, dos años de la pérdida de la persona amada [claro está, hablando genéricamente]. La principal característica del ciclo del luto es el proceso de rearticulación de nuestra relación no sólo con los demás, sino con nosotros mismos: con la pérdida del ser amado, nuestro “yo” ha de enfrentarse al reto de aceptar una pérdida de nosotros mismos [nuestra relación con el “ido”]. Y en ese nuevo mundo desmoronado, la tarea de reconstruir nuestras vidas se convierte, por defecto, en el principal reto a seguir, y en el más complejo de todos.
El ciclo del duelo nos muestra que en muchas ocasiones, los seres humanos somos incapaces de explicar la manera en la que las relaciones con nuestros semejantes nos estructuran y nos sujetan. El duelo nos advierte de la fragilidad de nuestra supuesta independencia, autonomía o autocontrol, lo que a su vez implica una doble desarticulación identitaria: la desestructuración del “yo” preconcebido, del “yo” forjado con el “ido”, y una toma de conciencia de nuestras debilidades estructurales, de la necesidad de sentirnos amados y de amar. Y a pesar de que, durante todo este “post” podamos estar haciendo referencia al amor en pareja, el relato es extrapolable a cualquier tipo de relación en la que se den las premisas del amor incondicional al otro, ya sea entre un humano o un animal, un pariente o un amigo. Judith Butler habla de un proceso de deshacernos mutuamente, al argumentar que en los tránsitos asociados a la muerte física de un ser querido o a una pérdida de pareja en el sentido emocional, los sujetos no permanecen intactos ante lo que les sucede, no actúan como seres pasivos e imperturbables, todo lo contrario: a pesar de intentar detener el proceso de descomposición interna que sufrimos, nos convertimos en una suerte de deshecho frente al otro. Bulter ejemplifica este proceso en los recuerdos sensoriales del individuo que sufre la pérdida: los recuerdos en torno a los olores, el contacto o las imágenes del otro, símbolos vivos de la propia pérdida, que en el caso de la muerte de un ser querido implican un proceso irreversible de una dureza extraordinaria. Para esta teórica, el principal problema en una ruptura o pérdida es el afrontar el inexorable sentimiento de desposesión intrínseco al proceso general; una ruptura que implica un cambio identitario profundo del que casi nunca estamos lo suficientemente preparados para hacer frente. Una desposesión que implica una extracción de una parte de nosotros mismos, y un terrible sentimiento de pérdida que ha de ser superado de una u otra manera. Y no, el tiempo no siempre es la solución al dolor, digan lo que digan.
pd. Dedicado a mi padre y a Nira, porque, a pesar de todo, del tiempo y otras mil cosas, muchas veces me siento como el título del post, desecho.
El ciclo del duelo nos muestra que en muchas ocasiones, los seres humanos somos incapaces de explicar la manera en la que las relaciones con nuestros semejantes nos estructuran y nos sujetan. El duelo nos advierte de la fragilidad de nuestra supuesta independencia, autonomía o autocontrol, lo que a su vez implica una doble desarticulación identitaria: la desestructuración del “yo” preconcebido, del “yo” forjado con el “ido”, y una toma de conciencia de nuestras debilidades estructurales, de la necesidad de sentirnos amados y de amar. Y a pesar de que, durante todo este “post” podamos estar haciendo referencia al amor en pareja, el relato es extrapolable a cualquier tipo de relación en la que se den las premisas del amor incondicional al otro, ya sea entre un humano o un animal, un pariente o un amigo. Judith Butler habla de un proceso de deshacernos mutuamente, al argumentar que en los tránsitos asociados a la muerte física de un ser querido o a una pérdida de pareja en el sentido emocional, los sujetos no permanecen intactos ante lo que les sucede, no actúan como seres pasivos e imperturbables, todo lo contrario: a pesar de intentar detener el proceso de descomposición interna que sufrimos, nos convertimos en una suerte de deshecho frente al otro. Bulter ejemplifica este proceso en los recuerdos sensoriales del individuo que sufre la pérdida: los recuerdos en torno a los olores, el contacto o las imágenes del otro, símbolos vivos de la propia pérdida, que en el caso de la muerte de un ser querido implican un proceso irreversible de una dureza extraordinaria. Para esta teórica, el principal problema en una ruptura o pérdida es el afrontar el inexorable sentimiento de desposesión intrínseco al proceso general; una ruptura que implica un cambio identitario profundo del que casi nunca estamos lo suficientemente preparados para hacer frente. Una desposesión que implica una extracción de una parte de nosotros mismos, y un terrible sentimiento de pérdida que ha de ser superado de una u otra manera. Y no, el tiempo no siempre es la solución al dolor, digan lo que digan.
pd. Dedicado a mi padre y a Nira, porque, a pesar de todo, del tiempo y otras mil cosas, muchas veces me siento como el título del post, desecho.