Hablando claro
Detesto la ambigüedad o la clara hipocresía de la diplomacia internacional. Detesto que los gobernantes de las naciones que se dicen y autoproclaman ser defensoras de los derechos humanos y las libertades básicas de todo individuo, luego prostituyan descaradamente sus ideales ante las naciones más dictatoriales o represivas del planeta. Pocos son los gobernantes que tienen lo que hay que tener, para hablarle alto y claro a aquellas naciones que vulneran los derechos humanos, especialmente si esos países son potencias o superpotencias en ciernes. Este es el caso de China, cuyo potencial económico es capaz de acallar hasta la voz más crítica con sus represivas y funestas políticas. Los chinos son unos expertos en amenazar a medio globo de que tomarán medidas serias o dráticas [normalmente refiriéndose a todo aquello relativo a la economía, el comercio y su ingente mercado] con todos aquellos países que osen criticar sus políticas internas [es decir, sus habituales y repugnantes prácticas dictatoriales]. Y es que para los chinos todo lo que se relacione con su país es política interior. El Dalai Lama, que vive como refugiado en la India y ostenta la nacionalidad de aquel país, suele ser el principal blanco de las críticas del gobierno de Beijing. Si un gobernante occidental osa reunirse con el lama tibetano, los chinos atacan sin piedad argumentando que el Dalai Lama es un asunto de política interna, que en nada afecta al resto de naciones. Y yo me pregunto ¿no le afecta al gobierno de la India que el Dalai Lama y unos 150.000 refugiados tibetanos deban vivir en solar indio por culpa de las políticas represivas en el Tíbet? ¿No deben las naciones occidentales sentirse ultrajadas cuando los chinos hacen y deshacen a su antojo, ejecutan a miles de seres humanos o prohiben cualquier discurso contrario a los valores de la pluralidad democrática y la libre conciencia?
El primer ministro de Canadá, Stephen Harper, ha tenido la valentía [y probablemente, la osadía] de decirle a los chinos que los derechos humanos y las libertades son esenciales para el buen funcionamiento de sus relaciones bilaterales. En resumen, el dirigente canadiense avisó a Hu Jintao y a la pléyade de diplomáticos chinos, que los asuntos económicos no han de supeditar o dejar en un cuarto plano aspectos tan básicos como el respeto a la vida humana y las liberatdes individuales. En sus propias palabaras, no creo que los canadienses deseen que vendamos nuestros importantes valores; nuestra creencia en la democracia, la libertad y los derechos humanos.
El gobierno de Canadá es uno de los más críticos con las políticas represivas chinas. En sep¡tiembre del presente año, concedió al Dalai Lama la ciudadanía honorífica canadiense. Las autoridades chinas reaccionaron amenazando a Canadá con tomar represalias económicas y comerciales.
Pero el gran problema reside en que la mayor parte de las naciones que se dicen democráticas, ha sucumbido a las amenazas y deseos de Beijing. Amparados por su fuerte desarrollo económico y las claras perspectivas de su alzamiento como superpotencia mundial, China ha desafiado a través de una diplomacia altamente agresiva a toda nación crítica con sus políticas internas. Canadá, Norugea o Dinamarca son de los pocos países que se han atrevido a alzar su voz y pedir una clara mejor de los derechos humanos en la China continental. Los chinos no están acostumbrados a tratar con países liberales y democráticos, que toman decisiones autónomas e independientes de cualquier presión diplomática o política. Canadá ha logrado irritar a unos chinos que, en los últimos años, han creído que su aboyante posición económica o su suculento mercado podían ser útiles como armas para acallar a cualquier nación que pudiera disentir con sus repulsivas políticas represivas.