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Tíbet S.A.

Resulta cuanto menos excepcional que el conflicto sino-tibetano haya pasado de ser uno de los más olvidados, ninguneados y desconocidos del planeta a ocupar un destacado puesto en el mercantilizado ranking de conflictos en los que los medios de comunicación globales centran su atención. Las democracias occidentales llevan ya más de medio siglo practicando la política de los ciegos y los sordos: mientras que el problema entre los chinos y sus revoltosos vecinos del oeste se circunscriba al Tíbet, seguiremos considerando el conflicto como un mero “asunto interno” de la República Popular. Ahora bien, en tan sólo un mes los tibetanos han logrado, con el decidido apoyo de los mass media, una cobertura mediática total a su conflicto con China. Ello ha implicado una absoluta rearticulación del discurso político occidental, y lo que es aún más importante, del lenguaje que los dirigentes democráticos han empleado hasta la fecha para referirse al conflicto. En las reuniones entre la UE o Estados Unidos con el Gigante Rojo, la problemática tibetana siempre había sido abordada como una temática secundaria de bajo perfil político; junto a los derechos humanos, la persecución religiosa o la flagrante falta de libertades, el Tíbet era un tema tan secundario que su mención no escapaba de la mera retórica habitual. Este espectacular cambio obedece, ante todo, a la reacción de las propias opiniones públicas occidentales: las imágenes que llegaron del Tíbet durante el pasado mes de marzo evidenciaban que el conflicto, lejos de desactivarse [como muchos analistas habían creído], seguía más vivo que nunca. El cambio también puede obedecer a una dinámica también excepcional en este tipo de conflictos: lejos de que la noticia se diluyese entre el mar de atentados, crisis financieras, quiebras o victorias presidenciales en tal y cual país, el conflicto tibetano ha logrado hacerse un importante hueco en los noticieros y diarios de todo el globo. El movimiento anexo de protesta mundial, especialmente dirigida contra el recorrido de la llama de la vergüenza, ha logrado el principal de sus objetivos: que la gente de todo el mundo hable sobre el Tíbet. Camisetas estampadas con logotipos y lemas ya clásicos entre los integrantes del tibetan freedom movement vendidas en casi todos los grandes portales de venta de textiles de la red; un crecimiento espectacular de la venta de banderas tibetanas en Europa y Estados Unidos; una reactivación del interés occidental por cuestiones orientales… El Tíbet y su conflicto corren el riesgo de terminar convirtiéndose en una marca de protesta más. La mercantilización del sufrimiento del pueblo tibetano es, cuanto menos, inaceptable para aquellos que creemos que, si bien es cierto que la cobertura mediática y la popularización del conflicto son sumamente importantes para la consecución del objetivo último [la liberación del pueblo tibetano y el retorno de los exiliados al Tíbet], la trivialización, la desinformación y el desconocimiento de un conflicto reconvertido en lemas vacíos y coloristas banderas pueden terminar haciendo más daño que beneficio a largo plazo.

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