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Baño

Preparar un baño de perros, con agua tibia para el invierno que a Aroa parece no molestar. La que disfruta empapándose bajo la lluvia decide resistirse a mi plan emitiendo extraños ruidos, su graciosa desaprobación. La agarro fuertemente, evitando su hiperactividad traducida en saltos. Le extiendo un gel azul que rápidamente se cuela entre su negrura espesa. Miro sus ojos tranquilos, los que aprueban aquello a lo que en principio se resistió. Me asaltan recuerdos de los baños de Nira, la misma mirada perdida, la misma tranquilidad efímera. Me derrumbo al pensar en que, de una forma imposible de explicar, Nira aparece en los actos más nimios de este mes insomne e intermitente. Agarro a Aroa con fuerza, buscando el consuelo en aquella que vino para llenar un vacío que aún duele. Agua del grifo y chorros de lágrimas. Se me rompe el alma cada vez que te nombro. Empapado, sentado en el mismo bordillo de la ducha en la que te bañaba me desplomo ante la energía incontrolable de Aroa, la misma que tuviste a su edad. Y digo sin ser odio, camuflado por el ruido de la ducha, que una parte de mi se quedó contigo, en aquel bosque de castaños, en aquel frío día de febrero, en aquella última mirada que me lanzaste antes de irte, en aquel momento en el que te cerré los ojos para que descansaras eternamente. Te sigo llorando, Nira. 

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