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El limbo

Y dejó de llover, así, de sopetón. Las nubes negras se tornaron blancas, dejaron paso a los claros, los que permiten seguir soñando con el verano extinto. Nada nuevo bajo ese sol que vuelve a picar, el que trae consigo buenos recuerdos. Novedades inexistentes, silenciadas por el que mira a otro lado, el que cae en la somnolencia solar, en el insomnio lunar. El caos del sueño herido, sin fases profundas, sin recuperación inmediata. Colinas verdes para la negrura de Aroa, su libertad. Recuerdos de la que se fue y ya no está, la que lloro en silencio, entre el verde de noviembre, entre los pocos amigos que se quedaron, los que resistieron a la noche de mi soledad, al viento amargo que me alejó de todo; los que me ayudaron a seguir caminando. Con noviembre llegó el espacio donde nada es nada, en el que me sumergí sin apenas notarlo, sin tan siquiera quererlo. El limbo del que siente y deja de sentir, del alejamiento y la cercanía, de mil y un antagonismos inexplicables, intratables. Un limbo de problemas viejos, que resucitan para recordarme que hay cosas que jamás cambiarán. De liberaciones liberadoras, de lastres hirientes abandonados, de felicidad amarga, dulce, instantánea, necesitada. El limbo donde lo concreto no existe, donde todo es transitorio. Volatilidad otoñal para el que no sabe qué esperar de las cosas, de los amigos nuevos y viejos, de la familia insurrecta, de ese futuro gris y áspero, como el limbo en el que me hallo. 

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